miércoles, 27 de abril de 2016

Necesito una excusa que me saque de esto

Párese, detenga la máquina. ¿Dónde cree que va usted sin sentidos por la vida? Ni uno de ellos sabe utilizar para entender a su propio corazón. ¡A SU PROPIO CORAZÓN!
¡Arpía desalmada! ¿Pero es que no ve que se trata de su vida? ¿Va usted a dejar que el miedo al qué será devore sus deseos como carcoma desaforada?

La vida no son dos días pero, ¿y si sólo le quedaran dos días? ¿Seguiría donde está ahora? ¿Acaso no tomaría usted el próximo avión a la tierra donde crecen sus sueños y los cultivaría sin escatimar en caprichos?

Pare, por favor, una vez más. No lo haga por mí, hágalo por usted. Deténgase y piense:
¿Vas a seguir culpando al mundo de tu triste realidad? ¿Vas a seguir dejándolo al azar de los vientos o vas a tomar de una vez por todas las riendas de tu alma?

lunes, 20 de octubre de 2014

En el bosque existencial de las flores mínimas

El cuerpo se desparramaba por el suelo. Fluía con las respiraciones de la tierra.
Sin darse cuenta dejaba ya de estar en sí para estar en un cúmulo de almas sin cuerpo que yacían al sol.
Tiene la vida de una flor sinuosa y bella,
se muestra radiante para que los seres se acerquen a olerla,
para que todos los insectos polinicen en ella.
Es una flor roja sangre que brilla a la luz de la luna.
Es la vida hecha carne.
Un campo fértil sin sembrar.
Y no quiere ser flor de florero,
no quiere ser flor de fragilidad,
quiere ser cardo, rama, árbol,
crecer fuerte e independiente,
extenderse hacia el sol y
alimentarse de lluvia
y de
tierra.

La latencia

Todos estos años aquello se había conservado en un perfecto estado de latencia.
Y en esa mágica hora de bosque y de luz, de amor y de lluvia pasada que empapa el otoño de hongo, despertó con toda la impaciencia acumulada un sentimiento tal que el resto de la existencia en el planeta dejó por completo de ser.

Sus mentes flotan en un inmenso océano de pensamientos comunes. Sus almas, sin cuerpo que las contiene, se acurrucan la una con la otra, se hablan, se entienden, se acarician el corazón, se dicen la verdad en una mirada. No hay secretos, porque los dos son sólo uno, pero callan, pues únicamente el silencio es fiel a la magnitud de lo que ahora saben.

Lo que ahora saben. Eso que siempre han sabido, desde que sus ojos se encontraron y se entendieron por primera vez, desde el primer momento y en el primer lugar. En aquel entonces huyeron e hicieron lo correcto, pues habría sido mal empleado. Aunque ahora, esa primera sensación que los dos conocieron y que nadie vio, esa, ha despertado. Ha vuelto con más fuerza que la primera vez y les ha demostrado que lo que sienten es profundo y antiguo, mucho más antiguo que ellos, que viene del Universo y que los une en el mismo útero dentro del vientre de su madre Tierra, hermanando sus almas inevitablemente.

Y así ambos saben que es cierto, que existen el uno en el otro y que es puro como el arroyo que brota de la roca, como las estrellas que cuelgan de la cúpula celeste y como los árboles que crecen hacia las nubes; en la misma certeza que lo que existe y es tangible, pues los dos lo han visto con sus propios ojos, tocado con sus propias manos y vivido con su propia alma en todos las dimensiones de su pequeña existencia.


lunes, 29 de agosto de 2011

Conformarse o morir

Es la historia de un alma en pena que vaga a lo lejos, en un reflejo de tu mirada, en el recuerdo del tacto de una nube inmensa, gris, pero blanda, agradable.
Es la lluvia, gota a gota, inundando la ciudad, ocupada en crear espejos en cada hondonada del asfalto, entre adoquín y adoquín, entre tus pasos y los míos, por detrás, tan atrás. Rebotando estoicamente contra la tela negra del paraguas.
Te detienes - yo me detengo, muchos metros lejos de ti.
Cierras el paraguas, miras al cielo. Las gotas resbalan por tus mejillas, las lágrimas rebosan y se lanzan la vacío, calle abajo, las perdí de vista al pestañear.
Y ahí estás, absolutamente inmóvil entre los peatones atareados. Y yo te miro. Ahora lo has sentido, has notado mis ojos clavándose en tu nuca y te has girado y has mirado a través de mi, como si de un vidrio se tratara. Mirabas en mi dirección, más allá de mi mirada, en algún punto en otra galaxia en esa misma ciudad.
Una vez más echaste a andar y te volví a perder. Atravesada aún por tu intensidad fui incapaz de mover un solo músculo. Te dejo marchar, como se dejan marchar a las aguas, corriendo abajo y más abajo. Y me vuelvo a conformar con la sencilla felicidad de despertarme y ver que el sol brilla un día más, sin tus cejas nublando el cielo, y me alegro de que la lluvia vele siempre mi rostro y de que tus ojos no sepan ver en la oscuridad.

jueves, 21 de julio de 2011

Build it up just to burn it back down

Hoy estoy melancólica. Ya, en efecto, cada vez que escribo aquí es precisamente por eso, lo sé, la melancolía me incita a escribir, qué le vamos a hacer.
La cuestión es que hay en mi vida un hecho recurrente, una sensación imperecedera que se mantiene en estado de latencia y que siempre, siempre, acaba por reactivarse y volver, algo a lo que yo llamo mi certeza absoluta, un conocimiento seguro y claro de algo que existe por sí mismo, incondicionado. Algo que simplemente es así. Que yo no puedo controlar. Que tan pronto me doy cuenta de que lo he olvidado, reaparece con toda su fuerza.
Sí, realmente es un fastidio, porque ahora, cada vez que vuelve a mi, me hundo inevitablemente, ya no hay gozo en recordar los buenos momentos, sólo tristeza porque ya no existe ni la millonésima parte de esa conexión innata que me unía a ti.
Miento, la conexión existe, no creo que pueda desaparecer tal vínculo, lo que no existe es el amor, ni la amistad, ni la paz en una mirada, más que nada porque ya ni siquiera existen las miradas.
Me apena mucho este hecho, especialmente hoy. Siempre vuelve a surgir en mi cabeza, pero pienso que quizá el herido pronto sane y sea feliz con lo poco que necesita para llevar una vida apacible. El problema ahora es una nueva certeza absoluta, la de que nada será igual, ni parecido, jamás, nunca.
Entonces ahora cada vez que llega el día D y la hora H (ese día en que vuelves a mi mente y esa hora, esa fatídica hora en la que termino por hundirme), siento una pena inmensa, como la de haberse sabido al alcance de la felicidad, por estarla incluso disfrutando y que, de repente, la oscuridad lo pueble todo y te arrastre lejos de ese edén espiritual que era su corazón abierto.
Es desgarrador sentir como, uno a uno, cada uno de los lazos se va soltando, llevándose consigo mil y una alegrías y sus correspondientes tristezas.
Tengo la sensación de que el último lazo se ha soltado ya, y ahora solamente me hayo despeñándome en un vacío tal que apenas siento la fuerza de la gravedad y la manera en que esta tira de mi hasta lo más profundo de la oscuridad.
Siento haberte perdido como amigo, como confidente, como una parte de mi.
Siento tener que reconocer que te echo de menos, y que hace siglos que lo hago.