lunes, 20 de octubre de 2014

La latencia

Todos estos años aquello se había conservado en un perfecto estado de latencia.
Y en esa mágica hora de bosque y de luz, de amor y de lluvia pasada que empapa el otoño de hongo, despertó con toda la impaciencia acumulada un sentimiento tal que el resto de la existencia en el planeta dejó por completo de ser.

Sus mentes flotan en un inmenso océano de pensamientos comunes. Sus almas, sin cuerpo que las contiene, se acurrucan la una con la otra, se hablan, se entienden, se acarician el corazón, se dicen la verdad en una mirada. No hay secretos, porque los dos son sólo uno, pero callan, pues únicamente el silencio es fiel a la magnitud de lo que ahora saben.

Lo que ahora saben. Eso que siempre han sabido, desde que sus ojos se encontraron y se entendieron por primera vez, desde el primer momento y en el primer lugar. En aquel entonces huyeron e hicieron lo correcto, pues habría sido mal empleado. Aunque ahora, esa primera sensación que los dos conocieron y que nadie vio, esa, ha despertado. Ha vuelto con más fuerza que la primera vez y les ha demostrado que lo que sienten es profundo y antiguo, mucho más antiguo que ellos, que viene del Universo y que los une en el mismo útero dentro del vientre de su madre Tierra, hermanando sus almas inevitablemente.

Y así ambos saben que es cierto, que existen el uno en el otro y que es puro como el arroyo que brota de la roca, como las estrellas que cuelgan de la cúpula celeste y como los árboles que crecen hacia las nubes; en la misma certeza que lo que existe y es tangible, pues los dos lo han visto con sus propios ojos, tocado con sus propias manos y vivido con su propia alma en todos las dimensiones de su pequeña existencia.


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